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Las Ultimas lágrimas de Mamá

 


Era otoño. Una densa neblina ocultaba el sol por la mañana y dificultaba a los niños encontrar el camino de la escuela. En un lujosa habitación, amplia y ventilada de una casa de campo había un enferma, que por la intensa neblina estaba preocupada por su querido hijo, el sol de su corazón.


Débil y consumida asomaba de entre las blancas almohadas que la enfermera acomodaba de vez en cuando. Triste pensamientos torturaban su alma: ¿qué era ella para los suyos en esa situación? Enferma y débil y en un estado muy avanzado de su terrible enfermedad, la tisis, sentía demasiado que era solo una carga para los demás, a pesar que su corazón estaba lleno de amor para ellos.

Su esposo iba todas la mañanas a su trabajo, después de un breve saludo y de informarse sobre su salud, la mayoría de las veces no volvía hasta el anochecer.

Sus ocupaciones le permitían muy raras veces volver durante el día. En cambio al muchacho, la madre lo veía llegar saltando y corriendo al mediodía con las mejillas coloradas y mirando hacia arriba donde estaba la ventana de la pieza de su madre. Este era el único momento del día en que la pobre mujer se sentía feliz y podía disfrutar de un poco de cariño.

El momento en que Rodolfo entraba a mediodía en su pieza y le preguntaba con candidez y cariño:”¿Mamá te sientes mejor hoy?. Le hacía olvidar el sufrimiento de todo el día.

Justamente hoy esperaba con mas ansiedad que nunca ese momento. La neblina la tuvo intranquila toda la mañana, y a pesar de sentirse muy débil se levanto para ver venir a su hijo desde lejos. Con pasos vacilantes llegó al sillón que había junto a la ventana; cansada y triste esperaba anhelante divisar al hijo de su alma y con profundo dolor y amargura pensaba :”¡Ay , tendré que abandonarte tan prematuramente y quizás muy pronto!”

La neblina se había disipado y el sol brillaba ahora en todo su otoñal resplandor. El viento esparcía las hojas de dorados tonos que caían de los árboles sobre el oscuro césped y los caminos arenosos que conducían a la casa. La enferma contemplaba con tristeza este juego del viento y recordaba al mismo tiempo el canto:

“Mas se acerca el sombrío día; lo presiento con estremecimiento.

Desaparecer debe la gloria, morir la joven vida”.

Sabía que esos versos eran adecuados para su caso.

Entonces vio a lo lejos a su hijo, pero no venía saltando y corriendo como de costumbre, sino con pasos lentos y la mochila de escolar al hombro; dos muchachos lo acompañaban. Se separó de ellos y se acercó a la casa, demasiado lentamente para el corazón anhelante de la madre. Se le había enseñado que primero dejase sus útiles escolares en su habitación, ordenadamente. Su madre hubiese deseado que justo ese día fuera distinto, una excepción, porque sus ardientes deseos de ver al niño aumentaban a cada segundo. Además parecía que hoy tardaba más que nunca. Todavía paso un buen rato hasta que por fin se presento ante ella. La angustia de la espera y el desasosiego habían acelerado el pulso de la enferma y aumentado la fiebre. Su respiración era fatigosa.

Cuando por fin apareció Rodolfo, la enferma estaba próxima a un desmayo. Hizo un gran esfuerzo y dio un paso hacia su hijo, pero después de un breve saludo, volvió a caer agotada en su sillón y sus labios susurraron:”Rodolfo, rápido un vaso de agua”. El muchacho que no se daba cuenta del estado de su madre y justamente ese día estaba de mal humor porque el maestro le había reprendido por un error, respondió con fastidio:”¿para que están los sirvientes?..y en ves de buscar rápido lo que su madre necesitaba, toco el timbre para que viniese la enfermera.

La madre no respondió palabra, cansada; agotada se reclinó en el sillón y dos lágrimas corrieron lentamente por sus mejillas, cayendo sobre sus demacradas manos. Esto impresionó hondamente al muchacho que se postró a los pies de su madre, pero la enferma ya había perdido el conocimiento. Mientras tanto acudió la enfermera que había oído el timbre. “Rápido un vaso de agua”, ordeno Rodolfo. “Eso se lo tenías que haber dado enseguida” respondió ella de mal humor, suponiendo que Rodolfo había disgustado a su madre, provocando así su desmayo. “Ahora vete a comer”, y le dijo además, “aquí solamente molestas”.

Rodolfo comió muy de prisa y se dirigió nuevamente a la habitación de su madre. Llamó y apareció la enfermera . “No puedes entra a ver mamá” susurró ella, “ ha venido el médico”.

“¿ Como está mamá?..pregunto angustiado.

“Mal” ,respondió secamente la enfermera y volvió a cerrar la puerta.

Llegó la mañana siguiente. Apenas había dormido preocupado por su madre, con el corazón palpitante de inquietud y sin saber qué hacer, no podía faltar al colegio sin permiso, pero tenía un deseo enorme de ver a su madre. ¿Cómo pudo ser tan egoísta..tan desalmado? Nunca más disgustaría a su pobre y buena madre. Era demasiado doloroso contemplar como de sus ojos entornados brotaban gruesas lágrimas que resbalaban por sus mejillas cayendo sobre sus finas manos.

Finalmente se dirigió lentamente a su habitación, tomo su mochila de escolar y salió de la casa....¡Pobre niño! Tu madre ya no te seguirá con la vista, porque la enferma tenias las horas de vida contadas. Un vómito de sangre acabó con las pocas fuerzas que le quedaban. Cuando volvió el muchacho, y mas tarde el padre, estaba durmiendo y no podía ser molestada.

Rodolfo tuvo que acostarse sin poder ver a su madre; estaba desvelado y oía, a pesar de la avanzada hora de la noche, las puertas que se abrían y se cerraban; su corazón se sobresaltaba cada vez que escuchaba su débil pero espasmódica tos. Los pasos de su padre resonaban por las escaleras arriba y abajo. Un coche paró delante de la casa; seguramente habían llamado otra vez al médico. La visita nocturna fue introducida en la habitación de la enferma. Hubo un largo silencio, después, la puerta se abrió nuevamente, dos hombre bajaban por la escalera, por la voz, se dio cuenta que era su padre que preguntaba..¿No hay ninguna esperanza?..La respuesta fue desoladora: “No, ¿cómo podría ser posible?”.

La noche le pareció interminable. Cuando por fin comenzó a rayar el alba, se vistió rápidamente y se introdujo a hurtadillas en la habitación de la enferma; no hubo ningún obstáculo, porque la puerta no estaba cerrada con llave.

A la cabecera de la cama estaba su padre; con una mano se cubría los ojos, la otra la tendió a su hijo, sin volver la cara, al oír sus cuidadosos pasos.

“¿Duerme mamá?”, preguntó Rodolfo con ansioso presentimiento.

“Para siempre”, respondió el padre con la voz ahogada por las lágrimas.

El muchacho se arrojó sobre la cama llorando de forma desgarradora. Su padre trató de consolarlo en vano, sus sollozos no tuvieron fin hasta que lo llevaron a la cama y lo hicieron dormir mediante tranquilizantes.

Las violentas conmociones de su espíritu y los accesos de fiebre llevaron también a Rodolfo la borde de la muerte, pero la fuerza juvenil triunfó, se restableció, pero quedó serio y sombrío. Se le encontró muchas veces junto a la tumba de su madre, que él cuidaba con esmero y cariño, pero a pesar de todo el cariño que dedicaba a su lugar más querido, no le abandonaba el doloroso sentimiento de que había cometido una acción que jamás podría olvidar por más arrepentido que estuviera.

Era un aniversario de la muerte de su madre, que tanto cargaba su conciencia. Otra vez salía de casa un ataúd. Solemnemente se dirigía el cortejo fúnebre al cementerio. Ya no había flores adornando la tumbas, los árboles estaban deshojados, solamente el sauce llorón dejaba caer sus ramas pobladas de hojas sobre ellas.

Había muerto el padre de Rodolfo. Cuando los acompañantes se hubieron retirado éste quedo solo en medio de tanta soledad, orando ante la tumba del difunto.”¡Adiós querido padre!” susurraron sus labios mientras se alejaba con el corazón oprimido. Fue a la tumba de su madre y nuevamente recordó todo el dolor de aquella desdichada hora cuando negó a la enferma un vaso de agua. Suspirando y con la cabeza baja murmuró:” La vida no es el mayor de los bienes, pero el mas grande mal es la culpa”. Ojalá su madre pudiera haberle dicho lo mismo que su padre:”Hijo mío gracias por tu verdadero amor, nunca me hiciste pasar malos ratos”. Entonces no experimentaría el escozor del remordimiento , ni aquella angustia mortal que no se apartaban de él. Con alegría podría haber recordado entonces los días de su niñez a pesar de todo el dolor.

Con el paso del tiempo..el joven se transformó en un gallardo mozo, alto y vigoroso. También la felicidad le sonrió mas tarde cuando tuvo el apoyo de una esposa fiel. Su vida de familia fue feliz, rodeado de algunos niños despiertos.

Pero, cuando toda la familia estaba reunida en ocasión de un acontecimiento especial, él desaparecía silenciosamente. Su esposa entonces lo encontraba en algún lugar oscuro, cubriéndose el rostro con las manos y con las lágrimas corriendo entre sus dedos. Al preguntarle por el motivo de su pena, siempre respondía :”¡ Mi pobre y desdichada madre!” Cuando todo es alegría a mi alrededor recuerdo sus últimos momentos , antes de perder el conocimiento, cuando su único hijo la disgusto cruelmente y las lágrimas corrieron por sus mejillas”. Nunca pudo olvidar este hijo las últimas lágrimas de su madre. 

Co


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